Es la razón porque los sermones no dan los resultados esperados en las personas; porque sólo Dios puede cambiar los corazones, sólo cuando Él toma el control.
Para que eso suceda, el predicador debe estar limpio en todo su ser. Por eso el Rey David decía en el Salmo 51:10-13:
«Oh Dios, ¡pon en mí un corazón limpio!,
¡dame un espíritu nuevo y fiel!
No me apartes de tu presencia
ni me quites tu santo espíritu.
Hazme sentir de nuevo el gozo de tu salvación;
sosténme con tu espíritu generoso,
para que yo enseñe a los rebeldes tus caminos
y los pecadores se vuelvan a ti.»
No podemos obligar a las personas a venir a Jesús (Yahoshua), pero sí orar para que seamos purificados en nuestros corazón, así los pecadores se volverán a Dios por por la palabra de nuestra boca.
Que Dios te bendiga.
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